Podríamos confiar en los números, tan fríos como auténticos. O recuperar la fotografía del desafío con Denis Shapovalov en Roma, la de la mirada perdida en el vacío y las manos arrugadas sobre la cabeza. Sin embargo, Nadal, que sopló treinta y seis velas hace unos días, no tiene idea de lo que significa aceptar el paso del tiempo, darse por vencido, reconocer límites.

¿Qué significa perder en el ladrillo rojo de Bois de Boulogne o, de manera más general, qué significa perder? Esto es certeza. Necesitaba cinco sets para romper la resistencia de Felix Auger Aliassime, se vengó de Novak Djokovic doce meses después de la derrota en semifinales, ‘aprovechó’ la retirada de Alexander Zverev a pie de final.

El de Ruud, a su vez, resultó un larguísimo camino del honor: deja poco margen a interpretaciones en la realidad del 6-3 6-3 6-0 final. Nadal suma la vigésima segunda perla a la racha de éxitos en Slam, la decimocuarta en Roland Garros, hace 2/2 en la segunda oportunidad útil (había perdido en París en 2009 tras el triunfo en el Open de Australia) y se convierte además en el más veterano vencedor en París ante Andrés Gimeno.

El debate sobre quién es el más grande de todos quizás finalmente esté llegando a su fin. Ante la habitual foto cerca de la red, Ruud tiene los ojos partidos por la tensión y una extraña sonrisa tatuada en el rostro.

En la parte superior del tablero no había tenido ninguna dificultad particular. O más bien: siempre había tenido que enfrentarse a oponentes increíblemente al alcance de la mano. Unos cuantos quebraderos de cabeza con ‘nuestro’ Lorenzo Sonego -capaz de arrastrarle al quinto set- que Rune y Cilic en el camino a la final realmente podrían representar un peligro parecían bastante improbables.

En definitiva: el tenista noruego, hijo de alguna manera de la cantera del campeón de España, el día del partido más importante de todos, se da cuenta de que tiene en el otro lado de la red no a uno más fuerte, sino al más fuerte.

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El tenis que presiona la consistencia no da frutos. También porque no puede ser constante ni pesado. El trece veces campeón del torneo, que nunca cambia de expresión, obviamente identifica la base de la gran mayoría de los puntos en la diagonal izquierda y maneja el asunto Ruud con extrema cautela.

El tenista noruego, salvo algunas raras concesiones de los presentes al otro lado de la red, es incapaz de jugar una pelota cómoda o mantener la pelota en el intercambio. Nadal sostiene fácilmente el listón al principio y pasa a 15-40 en el juego inmediatamente siguiente.

Ruud anula simultáneamente el primer punto de quiebre del partido, se lanza a la red con un buen proyecto en el 30-40, pero no encuentra la volea en un certero pase de revés del español. Nadal se inventa un partido con dos dobles faltas y dos errores bastante groseros en la fase de armado, vuelve a encarrilar a Ruud durante unos minutos, pero no aplica cambios particulares en el guión.

Las dificultades del español en el primer set se disparan en conjunto con la segunda ronda de respuesta. Nadal mete la flecha atrás, maneja el asunto desde la línea de fondo de forma extraordinariamente ordenada y con casi el 90% de los puntos y cierra el primer set.

A Ruud le cuesta seguir el ritmo marcado por Nadal, que aún desperdicia un puñado de puntos de quiebre en la salida y merma ligeramente su rendimiento en la gestión de los puntos de la línea de fondo. No hace falta decir que se vuelve más vulnerable incluso con la broma disponible y comienza a conceder algo en la diagonal izquierda.

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En definitiva: el noruego se anima, aprovecha la coyuntura favorable, aprovecha otro partido-horror del español en el 2-1 y por primera vez en el partido se encuentra gestionando una ventaja. Llamado a mantener el quiebre, como es habitual, juega un partido de miedo y se encuentra con el saque en 3-3 40-40.

Nadal abre el campo con una extraordinaria respuesta de revés y luego lee con mucha expectación el intento de balón corto de Ruud, que falla un globo bastante complicado con los pies cerca del rectángulo del servicio.

Las últimas dos rondas de servicio resultan ser completamente circunstanciales, con Nadal rompiendo el equilibrio incluso antes de regresar al servicio. Ruud prácticamente no tiene tiempo ni de mover el cero de la caja de juego durante el tercer set.

Del 3-1, de hecho, pierde los siguientes once partidos y no encuentra armas suficientemente válidas para hacer aceptable la pasiva. Todo ello lo adereza un Nadal decididamente más relajado y preciso, que en el umbral de las dos horas y veinte de juego se tumba en los terrenos de Philippe Chatrier por decimocuarta vez en su carrera.

Tania Bonacera