En su editorial de este jueves 31 de marzo, Jean-Michel Servant, redactor jefe adjunto, analiza el lugar de Francia en el mundo.
Una vieja fantasía nacionalista. En cada elección presidencial, los candidatos de derecha y extrema derecha nos dan el mismo verso sobre la pérdida de influencia de Francia en todo el mundo.
En su deseo de restaurar nuestro país a su antigua gloria. Como los partidarios del Brexit cuando el Reino Unido abandonó Europa, los nostálgicos del viejo imperio nos prometen el renacimiento del «querido país de nuestra infancia»… un poco colonial.
Pero, ¿qué pesan hoy 66 millones de franceses frente a los gigantes de Estados Unidos o China? Por no hablar de países emergentes como India y Brasil que, en unas pocas décadas, reclamarán a su vez el liderazgo mundial.
Frente a esta globalización galopante, Francia sigue siendo, sin embargo, un referente. Su cultura, su historia, su gastronomía y sus sitios turísticos son bienes que muchos países nos envidian. Más aún, nuestros valores universales y nuestra capacidad de «hablar con todos» todavía nos dan algo de crédito.
Una encarnación de la democracia resumida en nuestro lema «Libertad, igualdad, fraternidad» que los combatientes de la resistencia ucraniana blanden (en francés) en las barricadas de Odessa. Defender la herencia de la Ilustración es la mejor manera de detener el declive. El mundo lo necesita más que nunca.
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